Opinión
Periodismo y antimadridismo
- 16 de abril
de 2018 -
- David de la Peña
Mi madre me decía que iba a ser capaz de hacer cualquier cosa que me propusiera. Amor de madre, pensaba. Sin terminar de creerla el simple ánimo que eso suponía me ayudó a echar a correr, aunque esto fuese una maratón y yo estuviera descalzo. Al final tuve que darle un poco de razón el primer día que me senté con un micrófono al lado de Maldini a comentar un partido de fútbol, el tipo que ponía la voz a mis VHS repletos de exhibiciones de Batistuta y Rui Costa.
Quizás por eso, por insignificante que me parezca ahora mismo, me siento obligado a escribir sobre periodismo. Porque nunca se sabe cuando una cosa, por pequeña que sea, puede llegar a ser importante. Porque si se puede cambiar una opinión entre mil, hay que intentarlo. Lo hago porque me da pena el odio, el rencor y la fobia. La inquina que recibe una profesión que amo. Nadie me ha pedido esto y nada ganaré con ello, pero siento la necesidad de contar las cosas que yo veo. Porque puedo. Es una responsabilidad.
Uno de esos pequeños triunfos de los que me hablaba mi madre está cada lunes, cuando Alberto, el guardia de seguridad de la Cadena Cope, me abre los tornos sin más comentario que un escueto “Hola David”. Una puerta que tengo abierta sin que nadie me preguntase qué camiseta llevo debajo de la chaqueta, por cierto. Cuando felicité por Twitter a Juanma Castaño por su explicación al tuit de Isco, alguien me dijo que “entendía mi postura como colaborador”, pero que «era falso». Precisamente quiero aprovechar esa condición para contar lo que no veo.
Y no veo a nadie hacer lo que Isco denuncia. Veo a Paco González y a Maldini debatir sobre Verratti, a Ángel García buscando una entrevista, a Fernando Evangelio rellenando una ficha, o a Rubén Martín discutiendo con Jorge Hevia sobre una acreditación. Me da la sensación de que desde fuera se ve una redacción de deportes como un cuartel donde esbirros planean sus movimientos para ¿hacer daño? a un gigantesco equipo de fútbol. Quizás yo esté equivocado y me salga de los límites de la cordura, pero vivir con una certeza así me parece un sinsentido. Lo que yo veo es a gente normal a la que le encanta su trabajo y que pretende hacerlo lo mejor posible.
Luego está el error, que nace de la duda y de la inmediatez, y que en periodismo es en muchas ocasiones ineludible. Ahí entiendo el desconocimiento del que no ha vivido cómo se produce un contenido periodístico, sea cual sea. Juanma Castaño reconoció el error de no comenzar el programa dándole la importancia que se merecía a la clasificación del Real Madrid, con lo que yo coincido. Sin embargo, el matiz es que el crítico cuenta con una ventaja: el poso a la hora de hacer un juicio muchas horas después a algo que a ti sólo te ha dado tiempo a ejecutar en unos segundos. Una cosa es equivocarse, y otra, tener la intención de manipular de forma premeditada.
El problema, después, es deshumanizar. Y quiero contar algo porque me parece importante comprender los límites que se sobrepasan, dándole la espalda al sentido común. En el velatorio de mi madre, se me acercó un conocido al que hacía quince años que no veía: “¿Colaboras con la Cope? ¿Tú también eres antimadridista? Qué asco”. Este caso, extremo en inoportunidad, es el ejemplo de una realidad que me siento obligado a rechazar.