Quedaban cinco minutos para el final del partido, el Barça perdía 3 a 1. Neymar Junior, el mejor jugador del Barcelona, hasta ese momento, puso el golpe franco en la escuadra. Corrió como un loco a por el balón. Además de líder futbolístico se disfrazó de líder espiritual de su equipo. El penalti posterior a Luis Suárez, que no fue, pero Ney volvió a pedir el balón y engañó al meta del PSG. Entonces, cuando los nervios atenazaban el estómago de todos los aficionados del Barça y del planeta fútbol, Ter Stegen subía a rematar las jugadas a balón parado, el brasileño puso la sangre fría para no disparar a puerta, sino para inventarse un pase increíble por encima de la defensa, un balón mágico al que acudió, en nombre de La Masía, Sergi Roberto. Un gol de ensueño, un gol de oro. La apoteosis. Un orgasmo futbolístico, con perdón.
Se le podrá reprochar a Unai Emery su triste planteamiento de inicio, que hizo crecerse al Barça. Se cumplió el guión del 2-0 al descanso. Rectificó el técnico español del PSG, adelantando casi cuarenta metros la presión. Llegó el gol de Cavani, en jugada de estrategia y al Barça pareció quitársele el brillo de los ojos. Sin embargo, Neymar, el creyente, el hombre del partido, el protagonista de un cuento de fútbol, se erigió en la gran estrella de una remontada para la historia. El Barcelona hizo una hombrada que se recordará para siempre. Jamás un equipo había levantado un 4-0 en la Champions League y menos frente a un rival como el PSG. El equipo francés mantiene su estigma en la Champions y el Barça demostró que, además de fútbol, tiene alma. En esta ocasión, la gloria no fue para Messi. Emergió el alma de Neymar.